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LITERATURA
CALYOPE
2º PREMI0 LITERATURA EN PROSA CERTAMEN CAJAMADRID.
El primer dolor que sintió cuando salió del Hospital, con un informe que la diagnosticaba una enfermedad incurable, fue el que le produjo el pensar que no podría volver al mar.
Aquellas necesarias visitas al mar, que había realizado durante toda su vida, las intuyó en peligro de extinción, como había ido extinguiéndose todo lo que hasta ese momento la había acompañado en su existencia.
Pero nada de lo que había perdido hasta entonces tenía ahora ningún sentido. La sola y obsesiva idea de no poder ver el mar la enloquecía, se le hacía insoportable. Más que la pérdida de sus actividades habituales, de los hombres que la habían amado, de los amigos que, durante la enfermedad, la habían abandonado. Le dolía como si el mar fuera su propia vida y aquel informe le anunciara que se la iban a arrebatar.
Llegó a su hogar, que ahora le pareció más cálido, luminoso y confortable que nunca. Se dirigió a su dormitorio y lo guardó en el fondo de un armario, en un gesto de pura rebeldía. A continuación se desplomó en un sillón. frente a una ventana por donde entraba la luz cegadora de un hermoso día de primavera.
Frente aquella ventana……….¡ había llorado tanto! …. que el solo recuerdo llamó de nuevo a las lágrimas a sus claros ojos. Pero, antes de que éstas formaran cuerpo, algo le empujó a mirar su reloj y comprobar que faltaban tres horas para que saliera el ultimo tren que podría llevarla al mar. Era un reto al que no podía negarse. Era la ultima oportunidad. Y llena de emoción, lo dispuso todo para el viaje.
Quería ir sola, valerse por sí misma, comprobar en ella que aquel maldito informe estaba equivocado. Quería demostrarse y demostrar al mundo que sanaría, que volvería a vivir.
Hizo tres llamadas telefónicas; para reservar la habitación frente al mar; el billete del tren y el taxi que la condujo a la estación. Metió en un pequeña bolsa lo imprescindible, y se dijo a sí misma, en un tono que la sorprendió por el eco que le produjo, que este sería el viaje mas apasionante de su vida.
El mar era para ella el TODO. Su vida estaba intima y secretamente ligada a él. Era su luz, su armonía, su fuerza, su maestro, En él conseguía el equilibrio y la paz. No podía renunciar a él ahora en ese momento en que ella sabía que al confiarle su temor, el mar le daría la respuesta al contenido de aquel estúpido papel que firmaba un prestigioso cirujano.
Era todo muy extraño; no le preocupaba el hecho de que un sacahuesos la condenara a no poder desplazarse, a no poder moverse. En definitiva la condenaba a vivir pegada a una silla de ruedas. No, no era eso lo que le dolía. No era doloroso el hecho de que su cuerpo se hubiese paralizado; mas profundamente le dolía sentir que era su alma la que se hallaba profundamente inválida y sabía que solo el mar podría curarla. El mar, su gran amado, tenía la respuesta.
Y desde ese momento y para siempre, sintió que era poseída por una extraña fuerza. La de la llamada del silencio de las profundidades de todos los Océanos del Universo.
Qué curioso y diferente era todo desde ese nuevo estado embriagante. ¿De donde provenía ésa fuerza a la que no podría resistirse y que no le permitía derrumbarse?.
En ello pensaba cuando salió de la casa, con una ambigua sensación de paz e inquietud, tan entroncadas, que era imposible determinar con la razón qué clase de emoción la estaba invadiendo. Era una emoción dulce y fuerte a la vez, que le hacía sentir que a partir del momento en que había tomado la determinación de vivir, ya vivía.
Este , prometía, en efecto, ser el viaje más apasionante de su vida. El viaje que su alma emprendía en busca del centro vital que la empujaría a moverse en cualquier dirección o sentido.
Decidió, firmemente, olvidarse, en la medida de lo que fuera capaz, de su dolorido cuerpo., Y puesto que ya no podía facilitarle la agilidad que siempre le había caracterizado, decidió averiguar qué sucedería si permitía a su alma, apresada por el miedo, pasearse a su antojo. Permitirle que saliera de ella, librarla de la pesada carga del dolor físico.
La primera vez que tuvo constancia de ello, fue al entrar en la estación, cuando un coche la esperaba para transportarla hacia su vagón. La sonrisa del hombre que la ayudó a subir, le pareció la más tierna y dulce del mundo.
Percibía que el alma pujaba con fuerza por salir de aquel cuerpo que, aunque todavía conservaba restos de su antigua belleza, se encontraba inerme. Y no opuso ninguna resistencia a los deseos del alma.
Atravesando aquel andén, el camino le parecía deliciosamente interminable; tanto que sintió verdadero temor ante la evidencia de lo efímero.
Había recorrido en otras ocasiones ese mismo andén, cargada de equipaje, con prisas, con ansiedad, con tanta tensión, que no había tenido la oportunidad de comprobar, como lo hacía ahora, que precisamente había sido esa actividad compulsiva del cuerpo, la que la había llevado a la inmovilidad del alma, y que esta, en su defensa, le había paralizado el cuerpo.
Y llegó a esa reflexión, porque, desde ese cuerpo que apenas la sostenía , ahora observaba, por vez primera, el autentico movimiento. Podía ver, oír y sentir la vida desde una sinfonía donde toda era armónico. Observaba el movimiento de la vida de cada uno de los pasajeros y se movía con ellos.
Sus voces y el murmullo de la estación , eran ahora notas musicales de una sinfonía perfecta; con el tono justo, con los silencios obligados. Todas aquellas personas, con sus ojos, sus bocas, cuerpos, risas, formaban un maravilloso coro; y desde aquel extraño coche que la transportaba, se sintió, en un instante, en armonía con todo lo que la rodeaba. Incluso con aquel estúpido cuerpo, que tercamente, se negaba a moverse.
Todas aquellas notas musicales se alargaron en un conocido sonido: en un Din-Don que le recordó que en aquel momento, el tren que le conducía a la vida acababa de precipitarse hacia su destino.
La luz del mediodía todavía se extendía sobre las llanuras de Castilla y proyectaba sobre sus campos, a punto de florecer, una luz limpia y cristalina que presagiaba la fertilidad de las cosechas.
Las obligadas paradas que el tren hacía, le traía al recuerdo la inmensa paciencia con la que se tenía que armar en las salas de espera de los Hospitales por lo que había pasado, y deseaba que fueran cada vez más cortas, o mejor, que no existieran. Cuando proseguía su rumbo, respiraba en profundidad.
Se centró en su respiración, con tal intensidad, que cada inhalación la impulsaba meteóricamente hacia sus venas con la pura intención de darse más oxígeno.
Sabía que si respiraba más profundamente y exhalaba pausadamente, era capaz de activar algún resorte oculto, que bombeaba su circuito cerebral. Esto siempre había dado como resultado que se sintiera algo mareada.
Pero en esta ocasión, parecía que exhalaba el perfume del tomillo y el romero, de la jara y el muérdago, de la hierbabuena y los almendros en flor; de todas las hierbas y aromas del campo que aunque no pertenecían al paisaje, se habían incorporado a él.
En la medida de que el paisaje iba cambiando, su alma se enaltecía y una creciente alegría se apoderó de ella durante el trayecto.
Enseguida comenzó a sentir la dicotomía, la fragmentación, la escisión. Se sentía como una célula reproduciéndose en infinitas esporas. Inquieta, como las algas arraigadas en el fondo de ése mar que la estaba esperando. La metamorfosis era sutil pero cierta. Había comenzado el dentro-fuera desde su no-cuerpo.
Sentada en ese asiento, que ocupaba, como un pasajero más, y absorta en un paisaje que le resultaba desconocido y hermoso y por el que tantas veces había viajado, nadie habría podido imaginar lo que le estaba sucediendo, ni el alcance de su experiencia.
Seguía sintiendo como su alma salía y entraba en su cuerpo. Al principio indecisa en ese nuevo movimiento y al pronto, como si ese ejercicio (dentro-fuera), lo hubiera realizado desde siempre.
Desde aquel coche eléctrico de la estación. que ahora le parecía haber abandonado siglos antes, era una inválida a los ojos de todos. Pero allí, en aquel asiento nadie en este mundo habría podido afirmarlo si hubiera visto la expresión de su cara, la placidez de su rostro, el reflejo radiante de sus ojos, la expresión tranquila y serena de su cuerpo, que comenzaba a recobrar toda la belleza y seducción que siempre había contenido.
La libertad que le daba al alma para que se moviera a su antojo, le pareció el mas divertido de cuantos juegos había realizado nunca. La veía moverse entre las gentes, hablando con ellas, riéndose, bajándose del tren en marcha para coger las flores de los campos, cimbreándose desde la escalerilla , dejándose acariciar por los tallos del trigo que ya empezaba a florecer.
La vida propia e independiente que ya vivía le pareció algo tan excitante que estuvo a punto de alcanzar el clímax, si el vecino de su asiento no la hubiera interrumpido, disculpándose para ir al lavabo. Pero al verificar al poco que estaba en aquel compartimiento, completamente sola, volvió a emocionarse y se abandonó a la sensación libidinal y placentera que le producía ahora su cuerpo a pesar de que se encontraba exhausto por el cansancio del viaje.
Lo que diferenciaba este de los otros viajes que había hecho hasta entonces era que, al invertir el orden de lo establecido, el orden que ella conocía, era su espíritu el que viajaba y aquel obtuso cuerpo que se rebelaba al movimiento, un acompañante al que había que cuidar. Una pobre y débil criatura que quería aferrarse a una madre inalcanzable.
El alma invitó al cuerpo a que la acompañara a recorrer las llanuras por las que ahora viajaban; aquellos andenes, aquellos vagones. A que hablara y se comunicara con aquellas gentes. Pero el cuerpo prefirió estar sentado. No podía andar.
Le dijo. Ve tu sola, muévete por mi, habla por mi, corre por mi, Danza sin parar. Vive, y cuando lo hayas hecho, vuelve y me transmites Embriágame con tu experiencia. Solo tu puedes hacerlo por mí, terminó suplicando.
Frente a la pantalla que proyectaba una película, se quedó dormida con una placidez hasta ahora desconocida que la embargó.
Su espíritu continuaba moviéndose libremente entre los vagones. Explorando, como un niño que descubre por vez primera algo. Se movía como si tuviera corporeidad y seguía jugando a sentirse libre. Cerca de La Mancha, se apresuró a volver al cuerpo.
La toma de conciencia de la escisión, le produjo un dolor y una inquietud que le obligó a comunicarse con el cuerpo. Había percibido la catarsis que le producía la separación que ambos (cuerpo y alma) estaban experimentando.
El alma se apresuró en acudir de nuevo a despertar a su continente, pero al llegar junto a este, como si su solo deseo hubiese sido suficiente, encontró al cuerpo despertándose, desperezándose, tratando de seguir con el olfato el aroma que llegaba de aquellos campos sembrados de olivos que ahora travesaban.
Cuando miró al reloj, para prever el tiempo que faltaba para llegar al mar, sintió que su alma había vuelto y estaba con ella.
La corporeidad que el alma había adquirido en su experiencia fuera del cuerpo era tan sutil, tan imperceptible, que le permitía entrar en contacto con las almas de los demás viajeros sin que ellos sintieran el intrusismo. Le permitía ser aroma y aceituna, trigo y amapola, vagones y raíles.
Traspasaba, como quería el umbral de los sueños de aquellos que todavía dormían. Observaba el movimiento de todo hasta hacerlo suyo..
Respiraba el aire y sintiéndose aire, respiraba la vida. Aspiraba con avidez, el olor ácido y metálico de aquel compartimiento mezclado con el de todos los cuerpos que, juntos, compartían el viaje.
Ahora que su alma era libre, ahora que ya no sentía su cuerpo, ni su dolor, sin forma definida, nada la ataba .
Aquel trayecto era solo el umbral que debía traspasar para llegar al mar.
A veces sentía escalofríos al imaginar qué sucedería si el alma, en sus excursiones decidiera no volver; pero rechazaba estos pensamientos con la misma fuerza con la que guardó en el armario aquel informe que, ahora, le parecía de otra época, como perteneciente a un mundo del que poco a poco, se iba desvinculando.
Se estremeció ahondando en estos pensamientos hasta el momento en que su alma empezó a aspirar, a través del olor metálico, el delicioso aroma que ya comenzaba a llegar del mar. Ya estaba cerca, ya lo sentía en ella como si lo estuviera bebiendo. Y cuando ambos, cuerpo y alma, lo experimentaron en el mismo instante, ya no les importó el destino de aquel viaje porque allí, en ese momento , se inundaron el uno de la otra, como si una ola los invadiera, como si el olor del mar, tan próximo, les hubiera ocupado todos los sentidos.
Se sintió mojada, destilaba agua por todo su cuerpo. Un agua dulce y perfumada que la acariciaba y la derretía, Como si la sal que contenía aquella ola estuviera modelando en ella un nuevo cuerpo, con un magnífico espíritu. Un cuerpo más grácil, más espontáneo, más ligero, más flexible. Un espíritu más libre.
Ahora percibía el aroma de las aceitunas que se desprendía de los campos de olivos que habían atravesado, como si actuara de bálsamo engrasante para sus delicadas y anquilosadas vértebras.
Al finalizar el trayecto y como en un acto nacido de la pura voluntad, su cuerpo…..¡ hacía tanto tiempo!…. se incorporó por sí mismo. Se asustó y cayo de nuevo en el asiento; pero se dio cuenta de que no era su cuerpo, sino el miedo, el que la había empujado violentamente, el que la quería relegar a la inmovilidad. Y recordó que había visto ese mismo miedo en sus propios ojos al salir de su casa para hacer este viaje.
Desde el momento en que reconoció su miedo, este se esfumó y ante su desaparición recobró fuerzas e intentó incorporarse de nuevo. Se había levantado. Erguida, Apoyada en su propio centro.
Sus débiles piernas todavía la sostuvieron un instante. En ese instante había cruzado el umbral de la vida. Esa travesía era el umbral que ella había traspasado.
Comprendió que si permitía a su espíritu ser libre e independiente, nunca más sometería al cuerpo y podría bailar en la gran danza de la vida. Comprendió la equivocación de los médicos que la habían tratado, su propia equivocación y comprendió para siempre, que su alma era ya indestructible.
Tomaba conciencia de esto cuando llego ante el mar. Pero el mar no era el de siempre. El mar era ella misma. Lo sentía con la misma intensidad que había sentido la ola en el vagón, en sus primeras fusiones con el alma.
El aire puro que acompañaba al ocaso, insuflaba su alma de gozo y el sonido del viento, trajo aquella música que oyó en la estación, con las mismas notas, pero con una vibración que se expandía y multiplicaba infinitamente por la inmensidad del mar.
Al instante todo cantaba: las algas, los peces, la arena, el aire, las gaviotas…. TODO entonaba una hermosa melodía; y cuando las notas alcanzaban su tono más rotundo y ella recordaba unos versos que decía: «Vendrás de noche Dios de los olvidos, de la bastarda soledad del día muerto». Vendrás de noche, cuando esté despierta soñando con un viaje interminable. Tu me dirás. Yo soy. Habrá una cuerda rota en el instante y entonces, nuestra unión será perfecta, cuando TU nuevamente hagas de nudo».., El sol se ocultó y cuerpo y alma se desnudaron frente al mar.
Bailando juntos la danza de la vida, se introdujeron en las cálidas aguas marinas. Había llegado a su destino. Comenzaba la vida.
EL SECRETO DE MARI CRUZ
Su mirada velada por un aire de aceptación hacía pensar en misteriosos recuerdos, pintándole de vez en cuando una ligera sonrisa en los labios.
Con las manos en el regazo y sentada al lado de su hija Gloriamar, bajó la mirada hacia ellas y se las contempló con extrañeza buscando aquellas caricias que hubieran quedado prendidas sin darse cuenta, entre sus dedos.
-“Debo seguir mi camino”- pensó Mari Cruz para sí. Y siguió, distraída, observando de qué forma los 85 años pasados por su vida habían dejado la huella en sus manos, mientras que Gloriamar se esforzaba en hacer recordar a su madre momentos de su vida en común intentando retrasar al máximo su pérdida de memoria.
Mari Cruz, sumida de nuevo en sus ensueños miraba con tranquilidad cómo su hija hablaba y le preguntaba sin darle tregua.
La tarde caía con pereza sobre la playa, dejando de vez en cuando restos de evocaciones sobre una arena rubia que a ella le parecía ajena a su vida, como si estuviera viviendo un lugar al que no pertenecía, una playa en un lugar desconocido del mundo.
Paseó los ojos por la habitación observando las fotos repartidas por la casa y fijando la mirada con mayor interés en las que aparecían, como instantes robados al pasado, personas queridas que no veía…¡Hacía tanto, tanto tiempo!
Gloriamar seguía esforzándose en que la escuchase mientras que ella, haciendo como que le prestaba atención, ya había soltado amarras de nuevo, y su mente estaba en otra instantánea un poco descolorida en la que se veía a ella misma bastante más joven, con un porte un poco más erguido, la mirada más directa, más desafiante, como correspondía a una buena aragonesa.
Seguramente el día en que se la hicieron- pensó- era aquel Domingo florido de Mayo, en el que se sentía la reina del mundo, su marido- recordaba – la había llevado a pasear por las afueras de Molina, para ver cómo el sol había ya derretido casi toda la nieve de las montañas…
Ella seguía escuchando el parloteo de Gloriamar, que a buen seguro pretendía que le prestase toda la atención del mundo.
Pero Mari Cruz, de nuevo volando entre los cielos de su larga vida sabía con toda la certeza de este mundo, que su interés ya no estaba entre las cosas concretas y ¡tan aburridas! que su hija le indicaba, sino entre los ensueños en los que navegaba en lo últimos tiempos.
¿qué importancia podía tener conocer la edad de su nieta, o el nombre del marido de su hija?. O su profesión, o qué asuntos ocupaban las primeras páginas de los periódicos?.
——-Con el murmullo de fondo de la voz de su hija, Mari Cruz, que le asentía de vez en cuando por no desairarla, se había trasladado ya a su querida Molina y se encontraba con sus amigas, todas más o menos de su edad, en pleno debate dialéctico sobre cómo poder orientar a Don Marcelino, el cura del pueblo también de su quinta, para atraer a la parroquia a la gente joven. Desde que el pueblo estaba creciendo, la asistencia a la misa dominical había caído en picado.
El bisbiseo de las cuatro mujeres sentadas en la sacristía ponían el broche de autenticidad a la iglesia del pueblo.
Una iglesia a media tarde con las voces de las asiduas mujeres, con su temor y respeto divinos, haciendo eco en sus muros hablando en voz alta, prerrogativa de las que frecuentaban el lugar en horas no aptas para el resto de los parroquianos.
Las cuatro, vestidas con el recato que caracteriza a todo el universo de mujeres piadosas que rondan todas las sacristías del mundo, arrastraron con dificultad sendos sillones a la mesa del centro y tomaron asiento.
El asunto a debatir era importante. El pueblo seguía teniendo muchos parroquianos, pero la iglesia cada vez estaba menos concurrida. Habían quedado en proponer actividades a Don Marcelino para resucitar la asistencia juvenil.
Mari Cruz, con su presencia corporal en casa de Gloriamar en un pueblecito de Málaga al lado del mar, sonreía levemente asintiendo de vez en cuando a su hija, mientras sus recuerdos se encontraban ya en aquella sacristía de la iglesia de la Virgen del Carmen, con sus amigas, todas ellas con unas decenas de años menos…
Volvió a mirar a su hija por asegurarse que hacía como que la atendía, para que no la molestase con sus preguntas, y se metió de lleno en la conversación de la sacristía.
Doña Conchita, la mujer del farmacéutico presumía de ser su mejor amiga. De hecho era con la que mejor se llevaba. Desde siempre habían hecho muy buenas migas y por las tardes, antes del rosario, se cobijaban en la casa del molino de Mari Cruz para hacer labores y platicar de sus cosas.
Era más o menos de su edad, y debido a la profesión de su marido, una persona que sabía de mundo, bien dispuesta, y con un razonar muy cabal.
Entre las dos arrastraban a Doña Pilarín y Doña Flor, ambas de Molina de toda la vida, con tierras, pocas o muchas, pero eso sí, pulidas por su constante preocupación por mejorar los asuntos del pueblo y además, hijas de María desde bien pequeñas.
Así que allí estaban las cuatro, decididas a complacer a Don Marcelino, atosigado el pobre de la preocupación, con su gorda nariz que de tan prominente, dejaba en un segundo plano unos ojillos agudos y una cara redonda y bondadosa como un pan.
Había terminado el rosario y se sentían como en su casa, allí en medio de la penumbra de la sacristía, rodeada de cuadros de mártires y vírgenes inmaculadas.
Mari Cruz unos años mayor, ya tenía dos hijas, una de ellas a punto de tomar la primera comunión, estudiando en las monjitas , y la otra de apenas dos años.
Dispuestas ya las cuatro a debatir propuestas para la solución del problema se vieron interrumpidas por la entrada del reverendo, que llegaba resoplando, como siempre, y abriendo camino por popa con su oronda barriga.
-Buenas tardes hijas mías-
dijo en tono amable.
-Buenas tardes padre.
Contestaron a coro las cuatro, un poco sorprendidas de verlo por allí, pues desde hacía años, aquella era la hora de la tertulia en la farmacia, donde se reunían los cuatro o cinco del pueblo que gustaban de la charleta y el orujo.
Los rizos canosos del cura parecían haber tomado la cabeza por su cuenta y se distribuían sin orden ni concierto, dándole un aspecto de persona audaz, debido a su desorden, en contra de lo que realmente era su forma de ser, más bien tardía y parsimoniosa.
Parecía que tenía que decir algo y no sabía como hacerlo. Todo era dar vueltas y más vueltas a la mesa de las mujeres con aire preocupado y mirándose la punta de los zapatos en cuanto aparecían por el borde de la sotana.
Las mujeres, mudas de momento, esperando oírle decir algo, le miraban interrogantes.
-Hijas mías- volvió a repetir con aire decidido.
-He tomado una decisión-
Dijo mirando a lo alto, como si de momento el Señor le hubiera iluminado.
-Una decisión importante. Yo os agradezco mucho vuestros esfuerzos por ayudar en la medida de vuestras fuerzas, que son muchas, pero el problema del pueblo rebasa los límites de las acciones normales, y aquí hay que dar un golpe de gracia.
Estoy seguro de que aunque hagamos alguna pequeña cosa que a ojos de otros pudiera ser un pecadillo, Nuestro Señor lo comprenderá, sabrá inmediatamente que lo hacemos con buen fin.-
Doña Flor, la más escrupulosa de todas se revolvió en el asiento, Y Doña Pilarin, permanentemente erguida y enlutada, beata donde las hubiera aguzó sus ojos, escondidos entre unas mejillas enjutas por no perder sílaba, mientras que Mari Cruz y Doña Conchita atendían con todo su cuerpo tenso, esperando lo que dijera el cura.
-¡En este pueblo, va a ocurrir un milagro, hijas mías!-
-¡Ave María Purísima!. Murmuraron todas mirándose unas a otras.
-¿Cuándo padre?-
preguntó impertérrita Doña Pilarín sin ningún asomo de extrañeza, porque lo que dijera Don Rosendo era palabra sagrada. Mientras sus amigas, pasmadas, se quedaban sin saber qué decir.
-¡Por Dios don Marcelino,¿está usted en sus cabales?-
Balbuceó Mari Cruz.
-Hija, pues si lo dice él es que va a ocurrir!-
La fé de Doña Pilarín era a prueba de bomba. Acataba cualquier cosa que viniera de un ministro de la iglesia, y a punto estaba ya de arrodillarse juntando las manos con gesto de la más alta devoción en espera del acontecimiento.
Don Rosendo un poco molesto le hizo levantarse, no parecía agradarle la importancia sagrada que ellas le daban.
–¡Lavántese por Dios bendito, no me lo ponga peor de lo que lo tengo!.Rezongó enfadado.
El resto de las mujeres no osaban ni siquiera respirar, pensando que el cura se había vuelto loco.
-Pues como les decía, en este pueblo hay que dar un golpe de mano.-
-He pensado que dado el despiste religioso de nuestros feligreses, si montamos un pequeño milagro entre nosotros… ejem, podríamos llamar mucho la atención y hacer que volvieran a la parroquia… ejem.
-¡Padre, eso es pecado!.-
Dijo Doña flor con su acento aragonés acentuado al máximo debido a la emoción del momento.
-No hija mía, solo es una pequeña faltilla que Nuestro Señor pasará por alto dado el beneficio que le traerá… –
Mari Cruz, más avispada que las demás, ya había ido un poco más allá, admirando la agudeza de su párroco…
-Don Rosendo, podríamos hacer que hablase el mudo del pueblo aunque solo fuera por un rato, en la fiesta de la Niña María… –
-¡No corran tanto, no corran tanto que tiene que ser una cosa bien razonada para que nadie pueda sospechar.
A Doña Flor le estaba entrando un tremendo dolor de tripas, y se revolvía retorciéndose las manos de nervios, pensando que estaba cometiendo un sacrilegio conspirando en la sacristía y precisamente con el cura, al que el mismo diablo debía haberle trastocado las ideas.
-¿Y de qué irá el milagro, reverendo?-
( ¿Se podría decir que se adivinaba un lejano deje de ironía en la voz de Doña Conchita? ).
-Se trata… se trata … de levitar… una de ustedes tendrá que levitar el día de la fiesta de la Niña María.-
-¡Jesús Don Rosendo!, ¿usted sabe lo que está diciendo?.
Doña Flor, sonrojada por un sofoco repentino se levantó bruscamente de la butaca como si hubiera visto al diablo, a la vez que Doña Pilarín, agarrándose las tripas parecía la viva estampa de la urgencia más pedestre…
Las dos mujeres hicieron ademán de marcharse, mientras que el pobre párroco intentaba con grandes aspavientos hacerlas desistir de su idea, pero cuanto más insistía las mujeres más nerviosas se ponían, hasta que consiguió calmarlas, y allí de pié, tras los sillones, como preparadas para huir a la menor señal de alarma, accedieron escuchar al reverendo.
-Hijas mías, solo será un pequeño ardid, casi como si estuviéramos representando una obra de teatro, no temáis.-
El cura se había sonrojado, notándose culpable de aquella incierta aventura.
-ese día, una de ustedes, convenientemente colocada al lado del árbol de la colina donde la niña María dirá el verso y soltará la paloma, justo en ese momento, será izada en el aire, previamente sujeta por unas cintas que se confundirán con el follaje, mientras que las demás, que la rodearán por aquello de estar al quite, empezará a gritar ¡Milagro! ¡Milagro!, ¿comprenden?.-
-En ese momento de confusión nos arrodillaremos, y como en estos casos la gente se contagia de los demás, se arrodillarán todos, y el pueblo entero verá con sus propios ojos algo que les despertará la fé, o por lo menos la curiosidad, que por algo se empieza.-
Un espeso silencio planeó sobre la estancia, en la que ninguna de las cuatro se atrevió a mover ni un dedo, pensando que el cura no tenía remedio.
Sin embargo alguien tenía que acabar con aquella situación, y fue Mari Cruz la encargada de la pregunta.
-Pero, padre Rosendo, ¿quién levitará?.-
-Pues había pensado que usted misma; … ejem…-( se sonrojó) mientras las demás, ante la repentina competencia para semejante acto se rebulleron por un momento y Mari Cruz se puso en guardia.
Eran muy buenas amigas, pero en cualquier caso, aquel descabellado asunto tenía una clara protagonista, y tampoco era cuestión de dejarse chafar el papel.
-Pero padre, ¿cómo me voy a levantar del suelo así de golpe y por mis medios?-
-Tranquilas que ya está todo pensado.-
Tengo previsto llamar a unos buenos hombres de la aldea de al lado para que tiren de las cintas en el momento oportuno, y escondidos para que nadie les vea.
-¡Padre, pero doña Mari Cruz tiene dos niñas pequeñas y podrían asustarse al ver a su madre en ese trance, yo que no tengo hijos podía hacerlo sin ningún problema!- Sugirió Doña Pilarín.
-¡De eso nada monada! ¡Que si el padre ha pensado conmigo, será conmigo, que por algo habrá sido!-
Doña Mari Cruz gozaba de una cierta tendencia a hacer pareados.
.Terció tajante Doña Mari Cruz con tal autoridad, que ya ninguna de ella se atrevió a oponerse.
-Ustedes nada más ella se levante tres palmos del suelo tienen que empezar a gritos con lo del milagro, incluso a cantar… ya pensaremos en eso-
-¿ Y como sabremos cuándo tenemos que empezar, padre?-
De nuevo el interés de todas había vuelto hacia el párroco, olvidando la ligera trifulca.
-Cuando la niña María acabe de decir el verso y suelte la paloma, entonces será el momento, pero tranquilas, que como yo estaré allí ya daré la señal.-
Tras algunos comentarios necesarios sobre todo para calmar la excitación que sentían todas ellas, salieron de la iglesia con la misteriosa sensación de haber sido ungidas para unos hechos memorables.
Faltaban pocos días para la fiesta, y el párroco se había metido en una actividad frenética para que todo su plan saliera como estaba trazado.
Habló con los dos mocetones de la vecina población, que se prestaron gustosos para hacer la faena, eran dos personas de mentes sencillas y brazos fortachones, dispuestos a colaborar donde fuera con el párroco. Uno de ellos, Ramiro, había hecho las veces de sacristán de Molina cuando el propio había enfermado, y el otro, el tío candil, llamado así por su evidente falta de luces, estaba encantado de participar en lo que él creía que era una representación teatral.
Los dos habían jurado silencio eterno a Don Rogelio por el bien de la causa.
El grupito de las cuatro mujeres andaba todos los días conspirando por los rincones del pueblo allá donde se encontrasen, en la plaza, en el mercado o en la iglesia.
A Mari Cruz parecía habérsele transformado el semblante y aparecía con una especie de rubor en las mejillas y unos ademanes marcadamente solemnes, como si de pronto se hubiera imbuido de su enorme responsabilidad, mientras que las demás, hechas a la idea de que aún siendo comparsa tenían un importante protagonismo en el asunto, no paraban de conjeturar y mirar de reojo a sus paisanos, como si repentinamente sintieran que todos las miraban con curiosidad.
Como en aquel pueblo normalmente nunca pasaba nada que llamase la atención de los paisanos, ellas empezaron a tomarse tan en serio aquel milagro que los días anteriores a la festividad, se reunían en el molino y ensayaban horas enteras sin cansarse lo que ellas pensaban que tendrían que llevar a cabo, sin ni siquiera decirle nada al cura.
Recordaron a la Niña Maria, entre las piedras de la ermita recitando un verso delante del Barranco de la Hoz
el cura le preguntaba
A que vienes Niña?
La Niña Maria le contestaba
A ofrecerle padre al Señor, la ofrenda de nuestro amor.
Esta paloma sencilla se la ofrezco yo a Maria que es la virgen sin mancilla (y soltaba la paloma que volaba libremente y que la Niña Maria, llevaba atada en una pequeña cestita tejida por las monjas del convento de las Madres Ursulinas.)
Viva la Niña Mariaaaaaaaa gritaba el cura y
El pueblo congregado en la ermita le respondia y gritaba VIVAAAAAAAAAA
Fueron esos recuerdos los que colmaron de alegría a Mari Cruz
La alegría por esos recuerdos, le hizo volver a la realidad, a esa casa junto al mar, desde donde podía cobijarse en sus recuerdos y donde se daba el gusto de compartir su vida con su hija Gloriamar y los postres dulces que le hacia y que a ella le fascinaban ella era una golosona decía.
Junto a ese mar que le doraba la piel y le resaltaba esos intensos limpios y bellos ojos verdes
Ella seguía rememorando y repetia a menudo cantando esa canción que dice
Ay Maricruz Maricruz maravilla de mujer del Puerto de Santa Cruz, eres un rojo clavel. Mi vida solo eres tu, porque al negarte yo eso, me diste en la boca un beso que aun me quema Maricruz.
Salio como cada dia a pasear con su hija junto al mar y al bislumbar el horizonte se perdió una vez mas, rememorando su vital existencia. Y ya estaba de nuevo sumergiéndose en las olas de su alma y su memoria.
TU
Tu, que soy yo,
y que desde ti me miras,
temblando de placer,
al pensar en mi sombra enamorada.
Yo, que soy tu
y que desde mí suspiras,
rompiendo las fronteras
de tus sueños y caricias.
dejemos en silencio los caminos,
esos en los que un día nos perdimos
tu en mí y yo en ti,
locos sin saber nuestros destinos
LLEGÓ LA LUNA
Llegó la luna cuando nada tenía que ofrecerle,
sólo un soplo, una idea, una promesa
a cuestas.
Una esperanza acosada, con miedo a crecer,
huecos en las cuencas de los ojos
y un corazón brillante, loco y temeroso,
sorteando espadas de acero y sangre,
regalando vida, soñando ver azules
En sus batallas equivocadas.
Corazón tardío
regado con luz ámbar de la luna,
cosecha de oscura arena desterrada
fecundado en tierra estéril,
sin norte, sin noches estrelladas,
lágrimas de acero sobre el mar de agua,
balas certeras
cayeron sobre ti.
abatido corazón,
ascua ligera y vencida,
hoy la luna, fabuloso disco blanco,
solo azulea noches amarillas.
Redonda herida de los cielos, rueda luminosa
que manda en las mareas,
esfera fría sin música ni aromas.
Luna de sueños, lunas lejanas,
luna de azucenas blancas.
PUEDO
Puedo con mi discapacidad y mi impotencia
Puedo hacer mi mente libre.
Ouedo hacer lo que me proponga.
Puedo conseguir un sueño, puedo pensar que podré.
Puedo, escucharte y oírte
Puedo ayudarte, a tu que puedes más, a ti,
que puedes menos, que yo
Puedo hacer que tu puedas tender tu mano hacia mí,
La mía a la tuya, abrir tus ojos al mundo
Tomar prestada mi voz,
Mover tus piernas veloces y correr con mis deseos, hasta el sol.
Así, tu podrás doblemente poder y soñar, que los dos podemos,
Unos más, otros menos, con los sueños de los dos…
HAZME UN NIDO
Hazme un nido con tus manos
donde pueda reposar, sin pensar
que el ayer es el hoy y el mañana ya está aquí,
donde el universo encuentre el centro
y ese centro gire en ti.
Un nido de sueños, un nido de sol,
redonda rueda de flores, rueda de paja, de verde mar,
cálida esfera de amor sellado y cúpula azul,
donde solo existas tú.
Un nido de mares dulces, silenciosos y dorados por tu luz,
desprendidos como soles de alguna playa tranquila
donde duerman esas olas, que junto a mí
olvidaron su rumor, pues mi rumor eras tu.
Como un tesoro seré, para tu nido,
guardado de las mareas, de los vientos y las olas,
por si de pronto la noche, anochece fiera,
y te roba de las manos el ensueño, que soy yo.
Pero en la arena blanca, los ensueños permanecen
lo que dura la mañana, apacible,
pues el viento acude siempre, atraído por la nada caprichosa
a borrar lo escrito en ella,
por eso, hazme un nido con tus manos
donde pueda reposar.
SERE TU SOMBRA
Seré tu sombra en la luz
Y en la penumbra del sol, seré tu sombra.
Cosida en tu vida, viajaré
como silueta liviana, oscura y asombrada.
Humo gris seré,
en crepúsculo sereno me convertiré
para ser tu tarde, polícroma y soleada.
en mágicos momentos crearé presencias
de celeste y puro viento,
para adornar con colores, tus caminos.
Sombra del amor seré
por ser tu sombra,
que en dulce sueño será acunada.
Seré tu sombra, tal vez,
sin ni siquiera saber que lo estoy siendo,
al dejar que mi tiempo fluya en tu recuerdo.
Sombra de ti, seré,
cuando evoque tu presencia, en mi presente,
moldeado en el recuerdo, sin dolor,
dejando que el fluir tranquilo de las fuentes
den la vida a las raíces de mi vida, y mi presente.
Y tu sombra yo seré, si tu lo quieres,
porque de luz es tu vida,
sin la que no habría razón,
ni sendero, ni crepúsculo,
ni fuente tranquila, ni presentes,
ni colores, ni caminos,
ni dulces sueños, ni vidas ni penumbras,
ni destinos
que me atasen a esa luz,
por ser tu sombra.
DE SOLEDAD
De soledad desolada
Se viste mi alma cuando te vas.
téjeme un cabo de amor,
de sueños y de silencios,
y que te pueda guiar
cuando quieras regresar.
Cruza con el aire el tiempo,
y atraviesa con tu voz
el espacio de la nada,
que me separa,
del fulgor de tu mirada.
Soledades desoladas,
ausencias del corazón
que anuncian, como en la mar,
tempestades pavorosas
rugiendo en noches sin luz,
sin esperanzas, ni espumas blancas
que construyan nuestro azul.
Llena está mi soledad,
con tus ausencias,
por si quieres regresar
poderla deshabitar,
y revivir en ella
el calor de tu presencia.
AMAME
Amame, porque te quiero
y si te vas, llévame.
Dejaré de vivir, si te vas y no me llevas,
no habrá mañanas de flores,
no habrá la luz cegadora, solo el sol de tu recuerdo
arrastrando de su mano tus palabras,
a pedazos , olvidadas y lejanas
Amame, porque te quiero
Y si te vas, llévame.
RECUERDOS
Lo que viví, no recuerdo
si fue vivido por mí.
Recuerdo que fui una luna
paseante por el cielo,
cubriéndolo con el velo
de la irregular fortuna.
Y recuerdo que ese velo
traspasado por tu sombra
añadía los misterios
que por el día quería
con rapidez desvelar.
Recuerdo tu sombra azul,
escondida tras mi alma,
en espera de abordarla
con la calma, al mediodía.
Lo vivido que recuerdo
son retazos no vividos
de días imaginados,
recuerdos de mil recuerdos,
jugados y sin vivir
Pájaros rojos volando hacia ti,
esperando que en su vuelo,
pudieran prender de un salto
lo vivido fugazmente,
lo vivido imaginado,
justo, lo que no viví.
TÚ EN MÍ
Tú, en mí,
y yo suspiro,
vuelo,
muero en ti.
Tú, y yo,
eterno dúo,
duelo,
sagrado secreto.
Nosotros,
repentino rubor,
hielo,
en el recuerdo.
ME BUSCARÁS
Me buscarás cuando la luz se vaya
en el invierno, tras el jacinto azul.
Y un misterio de nieve, me ocultará
con manto blanco, en un rincón dormido.
Quise decirte cuando te marchaste:
“búscame solo en el cálido estío”…
pero tú… te fuiste tan de repente…
descuidando la rosa… el bien mío.
Hoy, buscándome en horas plateadas,
tanteando, como un ciego, mi alma,
me encuentras esperándote, soñada,
lejos de ti, aguardando paciente
tu llegada.
ROTA LA NOCHE
Rota ya la noche con rayo luminoso,
muerta la tenebrosa oscuridad temida,
me miras,
buscando en mis ojos la luz, entretenida,
bailando de alegría al día jubiloso.
Abren las pupilas sus círculos gozosos
por aprehender de un golpe, de la luz, su día
y la vida,
invade impetuosa, llena de alegría,
ecos repletos de susurros amorosos.
Surgen desde el jardín, los ríos rumorosos,
lanzando al aire sus cascadas cristalinas.
Me domina
la mañana, y yo, derrochando fantasías,
convierto, loco, tus pupilas en mis ojos.
Huye pues la noche cogiendo sus despojos
Con su infame faz, rostro gris, sus manos frías,
y te amo
completa, sin sombras, llena de luces vivas,
fiel, bajo un manto de deseos y sollozos.
LA PRIMAVERA
III PREMIO DEL “CONCURSO DE POESIA DE LA CONFEDERACION DE CAJAS DE AHORROS” -JUNIO 2003-.
Aunque te escondas con sutil velo
sé que ya rondas mis cercanías,
porque te huelo,
primavera hermosa, dulce revuelo.
Llegas envuelta en frío
jugando a esconderte,
y te desvistes,
y te muestras de repente, juguetona
precursora del estío.
Yo te acecho; no me engañas,
Te presiento en la luz de las mañanas,
Esa luz que no es luz,
es claridad misteriosa,
milagro trasparente que me envuelve.
Traes aromas de azahar, de amor, de mar,
y yo sueño tu llegada al levantarme,
y al imaginar tu abrazo, mi corazón se acelera
y se entrega sin temor,
para reír y jugar.
¿Qué quieres tú, primavera?
pregunta mi corazón.
te quiero a ti.
y se aleja.
y vuelve el viento frío.
Pero sé que es ella,
disfrazada con ventoso embozo gris
por si acecha la tristeza,
no le vaya a convertir su revuelo de palomas
en duelos,
en quimeras vanas.o